Violencia doméstica. Maltrato de mujeres. Asesinatos pasionales. Abandono y abuso sexual de menores. Delincuencia y corrupción. Todos estos y sucesos similares forman parte de nuestra dieta informativa diaria, al punto de hacernos pensar que el Puerto Rico moderno está perdido, y que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero no es así. Veamos por qué.
Cuando de buscar un punto de referencia sobre el cual anclar nuestra añoranza se trata, no existe sustituto para el siglo 19 puertorriqueño. Aún hoy en día, y particularmente en la época navideña, la mítica imagen del manso jíbaro y su devota mujer se convierte en el ideal contra el cual juzgamos nuestra calidad de vida pasada y presente. Recordamos, como si los hubiésemos vivido, aquellos ya lejanos días en que la vida familiar y comunal se regía por el respeto y el honor; la era de las grandes familias extendidas que servían como músculo para la producción agrícola, y de energía y sustento para las buenas costumbres y la devoción religiosa. Todo esto podrá tener algo de cierto, pero no es ni remotamente toda la verdad de ese barnizado pasado que, a poco de rasparlo, comienza a mostrar un rostro distinto, menos glamoroso. Un rostro que fue descrito y denunciado por uno de los gigantes de nuestra Historia, el médico Manuel Zeno Gandía.
Nacido con un pie en pleno siglo 19 y el otro a su muerte en el 20, Zeno Gandía (1855-1930) nos dejó, entre otras contribuciones, su testimonio literario sobre el Puerto Rico de la segunda mitad del siglo 19 que le tocó vivir. Encapsuladas con el muy comunicativo título de Crónicas de un mundo enfermo, Zeno Gandía publicó varias novelas que retrataron ese otro Puerto Rico que no rememoramos, pero del cual supimos en nuestros tempranos estudios escolares, muy en especial por la lectura de la que se considera su novela principal: La charca.
Como su título sugiere, La charca nos muestra una sociedad virtualmente inmóvil o estancada, en la que todo cambio que se registra es para peor. Se trata de un mundo sórdido en el que su protagonista principal, la joven Silvina, es victimizada por su familia y sometida a maltratos físicos y emocionales por Gaspar, su marido cruel y alcoholizado. Las acciones de la mayoría de los personajes son motivadas por la codicia y el egoísmo. El machismo absoluto rige las relaciones humanas. Los actos delictivos, incluyendo asesinatos, violaciones y la corrupción en general, quedan impunes y sepultados por el silencio cómplice de los demás.
El valor de La charca como testimonio histórico ha sido reconocido por nuestro Tribunal Supremo, mediante una opinión suscrita por la entonces juez asociada Miriam Naveira Merly en 1993. En dicha oportunidad, la magistrada reconoció en Zeno Gandía un observador de la realidad social en la que le tocó vivir. Conforme a la jueza Naveira Merly,
[l]as fuentes históricas y literarias que hemos examinado nos presentan una innegable realidad. La mujer era considerada por el hombre como propiedad u objeto. Tal percepción propició la violencia contra ésta y generó un grave problema social. Esta era la situación prevaleciente al momento del cambio de soberanía.
Los graves problemas sociales que se narran en La charca son también relatados por Zeno Gandía en su novela Garduña, donde las maquinaciones de un corrupto abogado lo conducen a despojar a su víctima de su legítima herencia. No hay finales felices en estas semblanzas de nuestro siglo 19 que constituyen las Crónicas de un mundo enfermo de Zeno Gandía.
Muchas de las pesadillas sociales que Zeno Gandía nos narra persisten, por supuesto, en nuestro Puerto Rico contemporáneo. Mas ello lo que sugiere es que no debemos ser tan severos al juzgar nuestra realidad presente, pues los mismos vicios y maldades nos han acompañado y atormentado como pueblo desde tiempos inmemoriales. No son un fenómeno producto de nuestra modernidad. No podemos culparnos a nosotros mismos por la “pérdida de valores” que se esgrime como explicación para nuestra situación actual. No somos, pues, una sociedad decadente, ni el mundo se está acabando, ni la calentura está en la sábana.
Al contrario, el Puerto Rico que hemos construido nos brinda unas ventajas de las cuales nuestros antepasados carecieron. De la cultura de la impunidad y el “de eso no se habla”, hemos pasado a la de las grandes posibilidades que nuestro tejido social nos permite disfrutar, aunque parezca que el mundo se nos cae encima. Los medios informativos nos crean conciencia de que existe el maltrato conyugal y el abandono de menores. Poseemos estadísticas sobre la conducta criminal, y facilidades que nos permiten construir una memoria histórica que pueda evitar la repetición de errores de antaño.
Con todas las imperfecciones de nuestro sistema de vida actual, vivimos una sociedad más llevadera que la de hace más de un siglo atrás. La impunidad absoluta que el aislamiento y la ignorancia promovían y protegían ya no es tal. Quedan muy pocas Silvina, y cada vez menos Gaspar, en la medida en que nuestra conciencia colectiva nos provee las herramientas para mejorarnos a nosotros mismos; perseguir y castigar a los culpables; y proteger a nuestros niños. Por eso debemos preferir vivir en nuestro Puerto Rico actual en lugar de idealizar la charca de tiempos pasados, pues no es cierto eso que se dice por ahí de que todo tiempo pasado, fue mejor.