Seguramente usted ha escuchado en al menos una ocasión la expresión “amigo de Puerto Rico”. La misma se utiliza usualmente para referirse a un dignatario extranjero, al presidente, o a un miembro del Congreso de los Estados Unidos, al cual se le considera un aliado o defensor de los intereses puertorriqueños.
De quien probablemente nunca ha escuchado, es del senador estadounidense William Vincent Allen. Su vida bien merece una columna. Allen nació en 1847 en el estado de Ohio, hijo de un reverendo metodista que lo dejó huérfano a los once meses de nacido. Diez años más tarde, su familia se trasladó al estado de Iowa, donde Allen se desempeñó como obrero agrícola con un mínimo de educación. A la edad de 15 años, se alistó voluntariamente como soldado de la Unión en la guerra entre los estados. Tras la guerra, en 1869 se hizo abogado, estableciendo su práctica en el estado de Nebraska, donde inició su carrera política. Tras ser electo juez, en 1893 pasó a ocupar el cargo de Senador por dicho estado en el Congreso, por el Partido Populista. Ocupó ese puesto hasta marzo de 1901, renunciando voluntariamente a la reelección. Es en ese período final de su mandato en el que su destino y el del Pueblo de Puerto Rico se cruzaron.
El 30 de marzo de 1900, el Congreso comenzó a deliberar en torno a una de las piezas de legislación más importantes en la Historia de los Estados Unidos y Puerto Rico: la que eventualmente conoceríamos como la Ley Orgánica Foraker. Las actas congresionales que recogen ese debate nos permiten asomarnos a la mentalidad de la época.
El Senado de entonces no es el cuerpo “políticamente correcto” que conocemos hoy en día. Las expresiones de racismo y menosprecio por otras razas eran de uso común entre la mayoría de los senadores. Testimonios tales como el del general Davis, gobernador militar del País, sostenían que en Puerto Rico no existía suficiente gente capacitada para auto-gobernarse. Otros afirmaban ante los senadores que era “muy difícil discernir entre los habitantes quiénes eran puertorriqueños, quiénes eran españoles y quiénes eran negros”, y que “todos los negros reclamaban ser puertorriqueños”.
Fue en ese ambiente en el que el senador Joseph Benson Foraker, del estado de Ohio, presentó la legislación que eventualmente sería conocida por su apellido. El senador Foraker recalcó que la legislación que el Congreso se proponía considerar en torno al destino de Puerto Rico carecía de precedentes en la Historia de los Estados Unidos. La justificación aparente para la futura Ley Orgánica Foraker lo fue que los puertorriqueños, según el senador, “nunca habían tenido nada en su gobierno que fuese aceptable para nosotros”.
El debate en el Senado no supuso un camino sin obstáculos para el proyecto de ley orgánica. Tras la exposición inicial por el senador Foraker en torno a las “virtudes” del proyecto de ley, se originó una polémica en torno a la razón por la cual se justificaba apartarse, en relación con Puerto Rico, de la práctica usual de conferirle un gobierno territorial a toda nueva tierra adquirida por los Estados Unidos. Esa confrontación fue iniciada y cargada sobre sus hombros por el senador William V. Allen. De entrada, el senador Allen le cuestionó a su colega Foraker las razones que supuestamente justificaban darle a Puerto Rico un trato discriminatorio al considerarlo un mero territorio. En efecto, hace más de un siglo un senador por Nebraska comenzó a poner en entredicho la implantación por los Estados Unidos de un modelo de gobierno colonial que, en su esencia, subsiste al día de hoy.
Contrario a otros colegas, que más bien se referían a Puerto Rico como un mero territorio, el senador Allen enfocó su discusión en los habitantes. Ello dio paso a un fascinante intercambio entre Allen y Foraker, en el que el primero retaba al segundo a que explicase bajo qué base racional se pretendía aprobar un gobierno para los puertorriqueños que Allen certeramente describió como una anomalía sin precedentes.
El senador Foraker, ya claramente exasperado por los cuestionamientos del senador Allen, pronunció entonces unas expresiones que todavía resuenan al día de hoy:
Nosotros no creemos que Puerto Rico se encuentra en la misma posición con respecto a los Estados Unidos que otros territorios. Yo no creo que Puerto Rico es parte de los Estados Unidos.
A ello Allen ripostó cuestionando por qué no se tenía en cuenta los deseos y el bienestar del Pueblo puertorriqueño. Llegó incluso a sostener lo que aún para los propios representantes puertorriqueños ante aquel Congreso era anatema: tener respeto a una decisión en favor de la autonomía o la independencia para el País si sus habitantes así lo manifestaban.
Como sabemos, lo demás es historia. Tras la aprobación de la Ley Orgánica Foraker, Allen retornó a la práctica de la abogacía y posteriormente a la judicatura, hasta su muerte en 1924. El Pueblo de Puerto Rico, bajo la hoy llamada Ley de Relaciones Federales, permanece sometido bajo el mismo esquema colonial que el senador por el lejano estado de Nebraska, como nadie, combatió.
Por eso, la próxima vez que usted se apreste a saborear una buena copa de vino, considere hacer cuando menos un silencioso brindis a nombre de la memoria de William Vincent Allen, quien sin tener obligación de hacerlo, defendió los intereses del Pueblo de Puerto Rico contra la implantación del centenario régimen de sumisión que aún padecemos. Es lo menos que podemos hacer por un verdadero amigo.