Hace unos años atrás, cuando se transmitía por televisión el programa de “Los Rayos Gamma”, una de mis secciones preferidas lo era la del tenebroso “Dr. Rodas”, interpretado por Jacobo Morales. El personaje existió en la vida real. Su nombre era Cornelius P. Rhoads. El personaje del “Dr. Rodas” era el de un médico estadounidense quien, junto con su inseparable asistente, el jorobado “Igor” (Emmanuel “Sunshine” Logroño), destilaba odio hacia los puertorriqueños, al punto de pasarse inventando fórmulas químicas con las cuales “exterminarnos”. Su grotesca forma de ser, busca su inspiración en lo que se le imputa al Dr. Rhoads haber hecho – o dicho – en Puerto Rico, más de siete décadas antes.
Ya para la segunda década del siglo 20, era evidente que el sistema de gobierno colonial establecido por los Estados Unidos en Puerto Rico no estaba proveyendo los resultados que se esperaban. Los niveles de miseria entre la población del País estaban llegando a tal punto, que diversas instituciones estadounidenses comenzaron a investigar la situación, procurando encontrar una “explicación” para ello. Entre las “razones” ofrecidas para explicar la miseria reinante, se destacó que Puerto Rico estaba “sobrepoblado”. Entre las instituciones médicas estadounidenses que se establecieron en Puerto Rico para esa época, figuró el Rockefeller Institute for Medical Research. Uno de los objetivos del Rockefeller Institute era conocer los orígenes de la enfermedad del cáncer. A cargos de esa investigación en nuestro País se designó al patólogo Cornelius P. Rhoads. Todo marchaba con tranquilidad hasta que en el año 1932 se publicó en la prensa una carta del Dr. Rhoads a un amigo que residía en los Estados Unidos. En la misiva, el médico afirmó lo siguiente:
Puedo conseguir un muy buen empleo aquí y estoy tentado de obtenerlo. Sería ideal excepto por los puertorriqueños – ellos son sin duda alguna la más sucia, vaga, la más degenerada y ladrona raza de hombres que haya habitado este planeta. Enferma el habitar la misma isla que ellos. Ellos son más bajos que los italianos. Lo que la Isla necesita no es un servicio de salud pública, sino una marejada ciclónica o algo que extermine a toda la población. Entonces podría ser habitable. He realizado mi mejor esfuerzo por adelantar la tarea de exterminio al matar 8 y trasplantar cáncer a otros más. Esto último no ha resultado en más fatalidades hasta ahora. La consideración del bienestar de los pacientes no juega ningún papel aquí – de hecho todos los médicos se regodean en el abuso y la tortura de los desafortunados sujetos.
Como cabría esperar, la publicación del contenido de esa infame comunicación desató un avispero de controversias en el Puerto Rico de la época. El Partido Nacionalista de Pedro Albizu Campos se encargó de diseminar a nivel internacional la carta, a la vez que el máximo líder del nacionalismo acusó a los Estados Unidos de pretender precisamente lo que el médico afirmó en esa misiva. Por su parte, el Dr. Rhoads trató de defenderse alegando que el lenguaje citado era en forma de broma. Aunque el gobernador estadounidense James Beverly ordenó una investigación al respecto, torpemente afirmó en un discurso para esa misma época que el “problema” poblacional de Puerto Rico tenía que ser “atendido tarde o temprano”, tanto en términos de “cantidad, como de calidad” de la población.
El Dr. Rhoads, al igual que el Rockefeller Institute, fueron eventualmente exonerados. Tras regresar a los Estados Unidos, el galeno fue nombrado director de otro instituto médico; estuvo a cargo de dos programas de armamentos químicos durante la Segunda Guerra Mundial; fue nombrado a la Atomic Energy Commission estadounidense; y recibió otros reconocimientos y distinciones. La prestigiosa revista Time le dedicó su portada de junio de 1949. Diez años más tarde, falleció. Veinte años después, en 1979, la American Association for Cancer Research creó un premio en su nombre, entregado anualmente a un médico joven que se hubiese destacado en la investigación de la enfermedad. En 2003, y gracias a los esfuerzos de buenos puertorriqueños como el profesor Edwin Vázquez de Jesús, la American Association for Cancer Research eliminó el nombre del Dr. Rhoads de la distinción.
Quizás el Dr. Rhoads nunca llevó a cabo las macabras acciones de las que se jactó en su carta de 1932, copia de la cual pasó a formar parte del expediente o “carpeta” que el FBI estadounidense levantó sobre Albizu Campos. Esas expresiones coinciden a la perfección con el postulado de exterminio de razas, practicado por colegas del Dr. Rhoads, tales como el notorio “Ángel de la muerte”, Josef Mengele. Esa forma de pensar, en medio de un ambiente de sometimiento colonial que cinco años más tarde produciría la Masacre del Domingo de Ramos de 1937 en Ponce, es suficiente para helar la sangre, y para repudiar a aquél que nos insultó como Pueblo en 1932.
Aunque lo haya hecho en forma de broma.