El 14 de julio de 1996, los gobernadores de los estados soberanos de los Estados Unidos se dieron cita en Fajardo, auspiciados por el gobierno anexionista de Pedro Rosselló González. El gobernador había agitado el avispero de la opinión pública meses antes, al afirmar que Puerto Rico nunca ha sido una nación, o palabras similares. Al traer a la atención el elefante en el salón, Rosselló González sembró la semilla que germinó ese 14 de julio con la manifestación multitudinaria que se llamó La nación en marcha.
Hoy en día no se consigue mucha información en torno a La nación en marcha. Sí sé que fue grande; todavía recuerdo al entonces superintendente de la Policía, Pedro Toledo Dávila, dirigiendo el tránsito en medio del fango y del gigantesco tapón que se formó. No estuvo exenta de polémica en sus entrañas. El Partido Independentista Puertorriqueño montó una actividad aparte, cuestionando el que otros sectores independentistas hicieran causa común con elementos soberanistas dentro del Partido Popular Democrático. Manifestaciones posteriores han sido consideradas más masivas que la del 14 de julio de 1996.
En otras épocas, solo las concentraciones electorales gozaban del protagonismo en la congregación de las masas ciudadanas. Tal vez ninguna más memorable cuando, un 8 de octubre de 1972, un ensordecedor rugido se desató ante el «compatriotas» de Luis Muñoz Marín. La decadencia del PNP y del PPD ya no permite esos lujos, más allá de los montajes en espacios cerrados y de limitado cupo. Con la llegada de La nación en marcha, la tónica de las concentraciones de masas cambió, de una meramente sectaria, a una nacional. En lo sucesivo, solo la nación será capaz de movilizar la población, ya fuere contra la marina de guerra de los Estados Unidos; ya contra sus propios gobernantes.
A raíz de la llegada de los Estados Unidos a Puerto Rico en 1898, el pueblo puertorriqueño enfrentó los embates de la transculturación y la asimilación forzosa. Se nos obligó a aprender en inglés y a asistir a la escuela el Día de Reyes. Se nos enseñó a tener miedo al amor patrio y a espiar e informar sobre los que insistían en hacerlo. Se nos inculcó que todo lo norteamericano era superior; que si queríamos acceder derechos constitucionales, deberíamos abandonar la Isla para residir en el continente.
En tiempos recientes, Puerto Rico ha sufrido lo mismo desastres naturales, que económicos y demográficos. Las estructuras físicas, públicas y privadas, se deterioran a nuestro derredor. Nos gobierna una junta extranjera impuesta desde Washington DC. Todavía se aprecian destrozos del huracán María, ocurridos hace más de un lustro atrás al momento de redactar estas líneas. Ni se hable de los terremotos que nos azotaron en plena pandemia mundial, ni de nuestro envejecimiento y despoblamiento colectivos.
Mas a pesar de los pesares, la nación puertorriqueña perdura y fructifica. La lucha por desalojar a la Marina de Guerra en Vieques a finales del siglo 20 e inicios del presente, y la renuncia forzosa del gobernador Ricardo Rosselló Nevares en el 2019, son legatarias del esfuerzo primigenio que supuso La nación en marcha. Ilustran que, lejos de presagiar un abismo insondable, Puerto Rico no ha cesado de existir como entidad cultural, política y nacional.
Todavía sigue, pues, en marcha.